No lejos de la Plaza Vieja, en dirección al castillo, se alzan los restos de un edificio conventual de cuya actividad a penas quedan noticias, conociéndose que estuvo regido por la orden franciscana de los Mínimos.
Conocido como Convento de Nuestra Señora de la Victoria parece que fue fundado en el año 1606. En el Archivo Histórico Nacional hay documentos de un acuerdo entre Don Pedro Rubín de Celis, Canónigo de León, y el Vicario del Convento de Mínimos de Saldaña, Fray Martín Gutiérrez, sobre la cesión de unas casas en el año 1609. También existe un libro de censos de cobros y rentas de este monasterio de Mínimos de San Francisco de los años 1798-1877.
Tras la retirada de las tropas francesas en 1813, el 13 de diciembre del mismo año se elaborará un informe sobre el estado en que habían quedado los conventos después de la guerra, figurando el de Mínimos de Saldaña como arruinado.
En el Diccionario de Miñano (1826) todavía figura un convento, mientras en el de Madoz (1845-1850) ya no consta su existencia. Tal vez el punto final fueron las disposiciones del gobierno de Mendizábal, del 11 de octubre de 1835 y 8 de marzo de 1836, que culminan el proceso de supresión de los monasterios, la legalización de las exclaustraciones y la desamortización de sus bienes.
Culminan más de 200 años de presencia de los Franciscanos Mínimos en Saldaña, tiempo éste en el que las relaciones con el vecindario no fueron siempre fluidas, detectándose varios conflictos como los reflejados por el párroco de San Miguel Matías Duque, quien en el siglo XVII en sus memorias escritas, cita “encargo muy mucho a mis sucesores que tengan gran cuidado con los frailes mínimos, pues son astutos, fáciles y vengativos y se levantan con todo. Llámanse mínimos pero con humo de mayores. Antes tenían un convento humilde, cual de mínimos. Véase el que agora tienen los pobrecitos…”.
No mucho después de la desamortización su solar comenzó a utilizarse como cementerio municipal y así ha permanecido hasta 1999.
Del primitivo monasterio sólo nos cabe observar los restos de las antiguas tapias que rodeaban tanto el edificio como la huerta colindante, quedando además en pie la galería cubierta del lateral este del claustro, la capilla situada en el lado opuesto y parte de algunas dependencias anexas convertidas en instalaciones del cementerio.
A tenor de lo conservado, el edificio fue construido en ladrillo, unido con argamasa de cal y arena, reforzado en zonas muy concretas con pequeños bloques de sillería.
Los cuatro lados del claustro tenían arquerías latericias formadas por series de seis arcos de medio punto que se abrían a un patio, que debió ser cuadrado como han venido poniendo de manifiesto el hallazgo de las bases de las pilastras cuadradas a lo largo de años de enterramientos. Este patio estuvo ocupado ya desde el inicio por las sepulturas de los monjes, siendo esta circunstancia la que dio origen a la utilización de todo el conjunto para esta finalidad.
En la esquina noroccidental del claustro se disponía una minúscula iglesia o capilla de planta rectangular cubierta a cuatro aguas, aún completa, que alberga en su interior un frontal de altar en sillería, rematado con pináculos de bola a ambos extremos del frontón, de época neoclásica.
En el centro de esta estructura se dispone un Crucifijo de talla popular flanqueado por sendas esculturas de madera, correspondientes a dos Santos Franciscanos, del siglo XVIII. Además, en el hueco de una primitiva ventana convertida en hornacina, se encuentra una escultura de la Dolorosa, articulada, vestida y muy deteriorada. Además varias imágenes procedentes de este convento se encuentran en la Iglesia de San Pedro.
En la actualidad, el espacio del Convento de los Mínimos se ha rehabilitado para su uso como aparcamiento y como escenario para celebración de conciertos y otros eventos.